Rocky

ADDAREVISTA 49

Rocky -Gustavo Páez Escobar

 

Un ser minúsculo e indefenso como Rocky fue capaz de desafiar el caos y la dureza de la urbe monumental y no se dejó apabullar por las multitudes con que se tropezaba en las estaciones de TransMilenio. Se subía a los buses, circulaba con la gente, miraba hacia todas partes, y al no encontrar a la persona que buscaba, descendía en la próxima estación. Y allí tomaba otra ruta. Así duró tres días, de estación en estación. De tristeza en tristeza, porque nadie le daba la mano. De soledad en soledad, a pesar del tumulto. No hablaba con nadie, y nadie le preguntaba qué le sucedía. La gente va abstraída en sus propios problemas e inundada por sus propias iras y asperezas, y no le importa lo que le pasa al vecino.

 

Lo veía, eso sí, como un paria, de los tantos que ruedan por las calles de Bogotá. Y si era un paria, lo mejor era dejarlo así, porque los parias no tienen dolientes. Lo mejor es que sigan vagando de sitio en sitio, callados, sumisos, relegados. Y sin hacerle mal al transeúnte, como le sucedía a Rocky, que no ofendía a nadie. Una señora cargada de paquetes y de intemperancia estuvo a punto de agredirlo, porque Rocky le interceptó el paso y le gruñó. En realidad, era ella la que había pisado al leve caminante de los buses. La señora se detuvo, recapacitó, y para sus adentros se arrepintió de la crueldad que iba a cometer, cuando Rocky le devolvió su frialdad con una mirada de ternura.

 

Y descubrió que Rocky no era una persona, sino un perro. Rocky tiene nombre de boxeador, pero no pelea con nadie. Mejor: la señora descubrió que era una persona, porque ella también tiene su mascota y sabe lo que ellas valen como seres humanizados que son. Pero su mascota no era desgreñada, ni sucia y famélica, como aquel perro plebeyo. Cosas del destino. Mientras tanto, Sandra Patricia Hernández, la dueña del can extraviado, lo buscaba desesperada. Se le había perdido en un descuido y no dejó el menor rastro. Ella publicó la foto en Facebook, recorrió el barrio, fue de casa en casa hablando con los vecinos, y nadie le daba razón de su bebé, que así lo ve. "Me ataqué a llorar –cuenta Sandra–. Me lo imaginaba muy indefenso; nunca había pasado una noche en la calle, nunca había cruzado una avenida".

 

El instinto condujo a Rocky por buses y estaciones en busca de su ama, de su mamá. La necesitaba: sin ella era imposible su vida perruna. Él sabía que la iba a encontrar. El olfato de los perros –tan pegado a su afecto y su fidelidad con el hombre– no falla, y le hizo rastrear todos los caminos. Sufrió hambre, sed, pisotones, indolencia. Pero no se quejó. Valérie Trierweiler, excompañera de Hollande, presidente de Francia, revela en libro que acaba de publicar que durante su vida de pareja él llamaba a los pobres "los desdentados". El perro bogotano no tiene dientes, más por el almanaque que se le vino encima, y que a pesar de sus 14 años biológicos acusa vejez, que por pobre. De todas maneras, es pobre. Mala figura para Hollande, según Valérie, que bien lo conoce.

 

Rocky deambuló durante tres días, y sus largas noches, abandonado, aterido y triste por la ciudad impía, la ciudad insolidaria. Y lloró. Los animales lloran, y la gente lo ignora. El escritor quindiano Eduardo Arias Suárez (1897-1958) vio llorar a La vaca sarda (su cuento magistral), y así lo describe: "Todos nosotros vimos que cuando la vaca lamía aquella piel, iba vertiendo gruesas lágrimas de sus ojazos espirituales".

 

Cuando Rocky se reencontró con su dueña y señora, gracias a la divulgación de su foto por las redes sociales, sus lágrimas de orfandad se volvieron perlas de amor.

escritor@gustavopaezescobar.com.

 

Ong ADDA  -Diciembre 2014


Relación de contenidos por tema: Colaboración


Temas

Haz clic para seleccionar