Madre loba -Luis G. de Linares

ADDAREVISTA 7

La poesía no prende en el mundo de hoy y los mitos han descendido al plano de la publicidad. Lo digo porque una noticia procedente de Bonn y reproducida por toda la prensa del mundo me trae a la memoria nada menos que la singular aventura de Rómulo y Remo, fundador el primero de Roma, que fueron amamantados por una loba, animal consagrado a Marte. El puesto de la loba lo ocupa hoy una perra loba, una hembra de pastor alemán. Y el de los dos míticos hermanos gemelos, un solo niño, de estirpe puramente humana, con nombre y apellido. Se llama Horst Werner.

Lugar de la acción: Matterman, aglomeración urbana a diez kilómetros de Dusseldorf, ciudada alemana que estuv aterrorizada, hace muchos años, por un criminal llamado «El vampiro». Escenario: una sórdida vivienda. Personajes: unos padres alcohólicos, un abuelo también alcohólico, un pobre niño, vago proyecto de hombre, y el único ser adulto de reparto con sentido de responsabilidad y capacidad de amor: la perra «Asta».

El telón se levanta cuando el abuelo alcohólico, que no sabe dónde está su nieto, lo descubre en una habitación llena de inmundicias, acurrucado junto a la perra, que le protege con su calor y su presencia. Perra y niño, en ese instante, roen juntos un hueso de pollo. El niño no sabe hablar, trata de ladrar, de repetir el único lenguaje que oye. Duerme como la perra, panza abajo, con la cabeza entre las manos extendidas. La suciedad de su cuerpo y las manos limpísimas, porque su madre, quiero decir su perra, las lame continuamente como lamería a sus cachorros. El niño es su cachorro.
¿Odian los padres, que están sin trabajo, a este niño que acaso no desearon? No. Lo ignoran. De cuando en cuando tiran al suelo los resos de su comida, que niño y perra comparten. No le hablan. No le han hablado nunca. ¿Qué será de él si sobrevive? Les da igual. Allá la perra, en quien han delegado. Pero la perra no puede dar más que tiene ni enseñar más que sabe. Este cachorro que el destino le ha dado es cachorro torpón, no concebido por la naturaleza para vivir vida de perro abandonado, de perro sin amor. Porque el estremecedor vacío de esta casa es vacío de amor.

Cuando se llevan al niño al hospital, grita aterrorizado y se agarra desesperadamente a la perra y al trozo de manta vieja donde duermen, su universo vital. Más desesperadamente a la perra que a la manta, porque la perra es el lazo afectivo que le une a la vida, porque es su solo calor, su solo amor.
Se lo llevan, sin embargo, a un hospital claro, limpio, donde duerme por primera vez en cama. Un hospital con enfermeras sonrientes cuya expresión verbal no comprende, porque le hablan en vez de ladrarle. Donde le lavan en vez de lamerle, donde le dan comida caliente, que nunca había probado. Donde no tiene frío, ni hambre pero donde no tiene a la «madre», porque se ha considerado que para facilitar su inserción en el mundo de los hombres había que separarlo de la perra. Y así, rodeado de afecto, de cuidados, de mimos, este niño de cuatro años se siente solo, atrozmente solo.

El abismo que separa el mito antiguo de la realidad actual es estremecedor. Rómulo y Remo no estaban en un chamizo inmundo. Eran, por su madre, nietos de rey, y por su padre, descendientes del dios Marte. Gemelos abandonados en una cuna de madera tirada al río líber, que la llevó hasta el pie del Palatino. Eso es otra cosa: se ve la mano de los dioses. Los niños lloraban de hambre, y a ellos acudió una loba solícita, que los amamantó hasta que los descubrieron unos pastores. Rómulo iba a ser el fundador de Roma y su primer rey. La loba era tan fundadora como sus amamantados. Está en las monedas. La pintan, la esculpen. La perra «Asta», que tal vez sea el personaje principal del drama, olvidada. No se sabe qué es de ella, si se muere de pena sin su cachorro. Ha cumplido su misión. Adiós.

Vean la distancia que media entre el hecho mitológico y el suceso. El primero se perpetúa de boca en boca y adquiere, en su etapa oral, los elementos de la narración escrita y de la versión poética. Los perfiles de Rómulo, de Remo y de la loba nutricia son lo suficientemente impreciosos para que la imaginación pueda sublimarlos. De la perra «Asta» y del niño Horst, tal vez llegue a los periódicos alguna fotografía que los clavará vivos en su realidad, despojándolos de toda oportunidad legendaria. El pobre niño, hijo de alcohólicos, y la pobre perra flaca se quedarán en lo que son.
No hay en ellos resquicio para la leyenda.
Hay que entornar los ojos y mirar hacia adentro para despojar el hecho de su sordidez original. Para dejarlo en lo que parece un bonito cuento de desamor y de amor. De carencia de amor humano y de infinito amor canino. Eliminados el padre y la madre, quedan en el escenario oscuro, en la habitación infecta, dos seres puros: un niño de cuatro años y una perra loba. La perra es el universo afectivo del niño, y el niño es el universo afectivo de la perra. La mirada de un perro puede llenar el vacío de bondad que tantas veces asusta en la mirada del hombre.

 

Ong ADDA  Julio/Septiembre 1991


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