El pollo libertador - Paco Legarreta

ADDAREVISTA 9

José María nació con calma. Al poco de romper el cascarón comprendió que habían demasiados seres allí que, igualitos a él, abarrotaban aquel lugar.

«Esto no puede ser natural»—, se dijo.

Las bombillas le calentaban la cabeza y su luz le dañaba la vista:

«No, esto no es vida para mí»— pensó.

Poco tiempo después observó como un ser enorme, gigantesco, se acercaba a ellos...

«Algo me dice que este tipo no es bueno»—. Tuvo el presentimiento.

El tiempo iba transcurriendo y sus compañeros de rejas picoteaban con suma avidez el pienso hormonado. Pero, José María, triste y melancólico, seguía ayunando; llegó a ser tan pequeño, en comparación a sus hermanos, que cuando un día se atrevió a mover sus alas, inopinadamente, atravesó el hueco de los barrotes y por vez primera, sin él saberlo, sus débiles y jóvenes patitas pisaron la libertad.

«¡Libre, caviló. No sé qué es eso»—.

Veía asombrado, a través de sus diminutos ojos... hierba, flores, árboles, sombras, nubes como algodones, el Sol,... José María sintió una sensación nueva e intensa mientras la brisa acariciaba sus plumas... era ¡Felicidad! Allí, en ese recién descubierto entorno, contemplaba y descubría mil formas diferentes de vida y de libertad. Pero entonces, algo sucedió...

Era un gusano común. Nuestro amigo José María abrió muy bien sus ojos y también abrió su pico... Estaba a punto de comérselo cuando de pronto: ¡El pequeño gusanito se llenó de luz!...

«¿Qué vas a hacer, José María?» —oyó.

Una enorme y fantástica luz le cegó. Nuestro amiguito, José María, se detuvo. Por su mente, empezaron a pasar mil imágenes. ¡Veía y entendía todo! Podía observar como sus compañeros de celdas, engordaban y engordaban y, como aquel ser gigantesco les cortaba la garganta. Podía oír sus gritos, su miedo, sus desesperados deseos de huir. A continuación, las siguientes imágenes eran de nubes rojas y negras, fuego, ruidosas explosiones. Vio la envidia, la codicia, las mil formas de maldad... Lentamente, la luz cegadora fue remitiendo. José María vio de nuevo ante sus ojos tristes y humedecidos en lágrimas, a aquel gusanito.

«Es horrible»— dijo José María.

«Sí, lo es, replicó el gusanito, es tan mala la realidad que han construido los humanos, que nosotros que vinimos de otro sistema solar hemos renunciado a creer que lleguen a comprender. Por ello, hemos adoptado estas humildes formas y esperamos...»—.

José María escuchaba, asombrado, al gusanito. Quedaron mirándose sin hablar, cerraron sus ojos y se durmieron entre las flores y las hierbas. El tiempo pasó. Al despertar, José María notó que sus patas eran fuertes, se sentía diferente. ¡No había inquietud, ni ansiedad! Estaba lleno de energía. Caminó, confiado y seguro, hacia la cárcel de la cual había escapado. La luna estaba redonda y hermosa cuando regresó a la granja. José María, buscó el interruptor y apagó aquellas horribles luces que les calentaban las cabezas. Sus hermanos, desconcertados, se quedaron quietos y silenciosos.

«Oidme —dijo—: voy a contaros la verdad y la conoceréis aunque os duela»—.

Cuando terminó de explicarles había silencio, estupor. Entonces, se oyó la voz de un pollo gordo que dijo:

«Eso no puede ser verdad, siempre se han rumoreado cosas horribles del pabellón C. Aquí nos dan cobijo y alimento, muy apelotonados y con una cocina poco variada, pero... ¡Jamás harían con nosotros las cosas que nos acabas de contar! Yo creo que tú eres un maldito in-conformista, un individualista y vanidoso que lo que buscas es notoriedad, voy a llamarte: José María el pollo libertador»—.

Se hizo un silencio especiante. José María no sintió rabia alguna, sólo se limitó a abrir todas las jaulas diciéndoles:

«Vamos todos al pabellón C»—.

Unos cuantos le siguieron. Lo que pudieron ver resultó macabro y «Juanín» un pollo de plumas rojizas corrió a contárselo a sus compañeros. Hasta Bartolo «Tripa agradecida» (el que llamó «Pollo libertador» a nuestro amigo José María), salió corriendo hacia la libertad. Aquella misma noche el campo de flores y hierbas fue la mejor cama de todos los pollos de la granja. Bajo el techo de mil estrellas, por vez primera durmieron bien. Con las primeras luces despertaron.

«¿Qué desayunaremos?»— dijo Bartolo.

—«Amor»— le contestó José María.

—«Perdona, pero yo prefiriría mi pienso»— dijo nuevamente Bartolo.

«Luz, amor y verdad»—, le contestó José María.

Y el prado se llenó de luz nuevamente. Un diminuto caracolillo y una alegre lavandera cascadeña les explicaron a todos que, en verdad, esos alimentos eran ilimitados, inacabables y sanos. Todos los pollos comprendieron..., todos menos uno, porque Bartolo dijo:

«Cielos, José María, eres tan sabio, tan grande, importante y privilegiado que propongo que ahora mismo te edifiquemos una estatua para que formes parte de la Historia. ¡Hip, Hip, Hurra por José María!»—.

Y aplaudió alocadamente... El solo. José María saludó con la mirada a los demás compañeros y hermanos. Cinco mil nuevos pollos libertadores se fueron dispersando para comunicar la, buena nueva, para transmitir aquel mensaje a todas las formas de vida que deseasen comprender. José María y Bartolo se miraron, el primero pasó su ala sobre el hombro de su amigo y comenzaron a caminar. José María le habló:

—«Querido amigo, no lo has entendido, no quiero estatuas..., no existe vanidad, ni intereses ni diferencias; sólo hay AMOR Y LA LUZ DE LA VERDAD»—.

Siguieron caminando, cogidos, por el prado. A su espalda un humano agazapado les apuntaba con una escopeta... Fin, por ahora.

 

Ong ADDA   Enero/Marzo 1992


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