Los Templer al rescate de los chimpancés en España

ADDAREVISTA 4

Simón y Peggy Templer vienen desarrollando, desde hace años, una inapreciable ayuda para denunciar y encontrar solución al problema del tráfico de chimpancés con destino a los fotógrafos de las zonas turísticas españolas. De forma constante y tenaz, han logrado que este comercio ilegal decreciese y tienen instalado en «Can Miloca» un «santuario» donde acogen a los animales, temporalmente, para que, una vez aclimatados, partan hacia otros destinos definitivos.

 Llegar a «Can Miloca» en Breda a casa de Simón y Peggy Templer no es fácil. Los localizarán preguntando; pues todo el mundo los conoce por: «els anglesos». Y no es fácil porque las indicaciones que les den les llevarán por unos empinados senderos de tierra, sin señalización, hasta una loma cubierta de pinos y espesa vegetación. Pero su intuición les dirá, enseguida, que ya han llegado: un primer «comité de recepción», en grupo de varios perros —uno con problemas de riñon, otro absolutamente ciego, otro cargado de años...—, les ofrecerán una calurosa y sonora bienvenida. Luego están los gatos, los cisnes, los peces... Esta es su acogedora casa, su fortaleza, diseñada por Peggy y como tal, sin puertas ni bastiones; abierta a la hospitalidad, porque allí viven los Templer. Sencillos, acogedores y siempre dispuestos a la charla y al recuerdo. Asentados en España desde el año 1950, vivieron primero en Barcelona y, al retirarse Simón, adquirieron los terrenos de su futura casa, «tuvimos mucha suerte, aquí estamos y nos sentimos muy bien», nos comenta Simón. Y ciertamente es así; pues Breda, situada en las estribaciones del macizo del Montseny, es un lugar tranquilo y privilegiado. Con muchos años —quizás demasiados— para lo áspero de su tarea, viven de sus recuerdos: «pasé dos meses con los chimpancés en África, dormía abrazada a ellos», no deja de repetir Peggy.

Ambos, no tenían ninguna vinculación con los «chimpances» antes de iniciar esta cruzada. Pero un día, su hija, Sally, al ver las míseras condiciones en que se encontraba un bebe «chimpance» en uno de los puestos de venta de las Ramblas de Barcelona, hizo que la adquirieran— la llamaron «Jenny»— y así se inició su amor, y su dedicación, por estos tiernísimos animales. Con una idea concreta y bien concebida desde el principio, que su destino no debía ser ni una casa ni un zoo, empezaron sus gestiones, a nivel interacional, para poder reintegrarla dentro de su habitat natural. Y así entraron en contacto con la Doctora Jane Goodall de Tanzania y con Stella Brewer de Gambia. De resultas de estos contactos Peggy se trasladó al África donde estuvo viviendo con los chimpancés, conociendo sus costumbres y enamorándose, aún más, de ellos. Estamos a principios de los años ochenta y como en la vida los acontecimientos suelen presentarse, muchas veces, consecutivos, coincidió con la lectura en la prensa de la denuncia de unos doctores holandeses que, a su regreso de las Islas Canarias, explicaban la gran cantidad de fotógrafos que utilizaban los bebés de estos animales -muchas veces vestidos con disfraces- como reclamo a los turistas. Con una beca de 2.000 dólares de la WWF-ADENA redactaron un riguroso informe que puso al descubierto la entrada ilegal de los bebés «chimpances» por vía de: África en barco/avión hacia las Canarias y de allí —«ignorándose» o camuflada ya su procedencia—, abastecer a los fotógrafos de las zonas turísticas españolas (Costa del Sol, Costa Blanca, Costa Brava, Baleares y las mismas Islas Canarias). Eran los tiempos dorados del turismo. Y el informe puso, también, de manifiesto, que por cada bebé «chimpances» que llegaba a su desgraciado destino, ocho de su misma especie morían, incluida la madre, como es de suponer.

Los Templer acondicionaron «Can Miloca» como centro de acogida para una capacidad máxima de 25 animales. Dispusieron de un control veterinario a través del «Centro Médico Veterinario» que dirige el Doctor Guilló de Barcelona y empezaron su angustiosa labor: seguimiento, denuncias, decomisos, difíciles relaciones con los ayuntamientos y autoridades... Y traslado. Los chimpancés llegados a «Can Miloca» permanecían allí, un término medio, de dos a tres años; tiempo necesario para que, agrupados, formen familias de machos y hembras, pues al ser una especie de vida comunitaria deben ser reinsertados en grupo. Esta fue su primera idea que más tarde la experiencia ha hecho que tuviese que ser abandonada. Por «Can Miloca» han pasado hasta ahora 44 chimpancés. «Los primeros grupos se enviaron a un parque natural muy bien protegido en Gambia, donde existen muchas islas, con sólo babuinos y sin chimpancés salvajes». Pero otras experiencias como en la Costa de Marfil, con 14 chimpancés reinsertados resultó un fracaso: «los pocos guardias que existían en el parque no podían garantizar su seguridad frente a los cazadores furtivos». Así se expresaba, no sin tristeza, Simón.

Los chimpancés reinsertados se encuentran ante un doble peligro: el primero de carácter natural, pues si existen en el habitat, otras manadas salvajes, los rechazan y atacan. Y el segundo humano, en donde, si no se trata de un parque excepcionalmente protegido, son presa más que fácil para los cazadores furtivos: en vez de huir van al encuentro de ellos. Todo lo anterior ha hecho que tuviesen que reestructurarse estos proyectos y actualmente son enviados al «Primate Park» en Dorset, al Sudoeste de Inglaterra; donde bajo la protección del «The Jane Goodwall Trust» gozan de una relativa libertad. Las diferencias climáticas y de ecosistema son notables pero, al menos, están bien tratados y alimentados.
El tráfico ilegal de especies protegidas está haciendo de España, en la actualidad, la entrada más permeable de toda la Comunidad Europea. Incomprensiblemente, no existe una regulación de cómo y quien trata a los animales durante su estancia en las dependencias aduaneras, de las cuarentenas —si se hacen—, de la capacidad técnica de los mismos empleados para reconocer las especies... y tantas otras cosas que deberían encauzarse. Los Templer han sufrido, personalmente, el mundo mafioso que se mueve alrededor de este tráfico ilegal. Nos cuenta Simón: «Peggy fue atacada en el aeropuerto de Valencia por dos fotógrafos que la siguieron con el coche. La empujaron tirándola al suelo y pudieron llevarse uno de los dos chimpancés que iban a embarcar»... A mí, aquí mismo, en «Can Miloca» me ha venido uno de los traficantes de Tenerife «sugiriéndome» que dejase el asunto «si no quería tener complicaciones...».

¿POR QUÉ UTILIZAN LOS FOTÓGRAFOS LOS BEBES "CHIMPANCÉS"?

Muy sencillo: al haber sido arrancados de los brazos de sus madres -a la cual se ha matado- , el pequeño -que no llega a ser adulto hasta los cuatro años- necesita y pide, ardientemente, cariño y amparo. Por ello resulta muy rentable «el espectáculo» pues, en brazos del turista, se abraza inmediatamente, con lo que el cliente queda muy complacido. Un chimpancé bebé actualmente puede adquirirse por unas 500.000 pesetas. Hagamos números: En un día de temporada alta se pueden lograr unas 100 fotos, a 1.000 ptas. foto, producen una facturación, bruta, pero fácilmente libre de impuestos, de 100.000 pesetas diarias. Si la temporada turística es larga -Canarias- la facturación se convierte en millonaria y con un poco de suerte en lugares «estratégicos» los pingües beneficios quedan asegurados.
Esta práctica, habitual y muy extendida en la década de los ochenta, tuvo un bajón importante por la labor de los Templer y las campañas que las Asociaciones Defensoras de los animales llevaron a cabo. En algunas zonas se pueden calificar como erradicadas. Últimamente se está notando un cierto incremento y las denuncias que llegan a EUROADDA —safaris en la Costa Blanca— demuestran que se sigue con ellas. Es bien fácil acudir a los periódicos y comprobar como, todavía, se ofrecen «chimpances» al mejor postor.

 

Ong ADDA   Octubre/Diciembre 1990


Relación de contenidos por tema: Conservacionismo


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