Antonio Estévez medioambientalista

ADDAREVISTA 58

Antonio Estévez, un oasis en el mundo del dinero

Jordi Gispert

Un genio es aquel que hace una cosa que jamás antes se ha llevado a cabo. Genio es un primerizo. Genio es talento. Genio es visión, pasión y constancia. Crear un centro de conservación con los propios recursos, con un sistema de reinserción biológica basado en la adecuación del medio, centrado en la recuperación de especies casi extintas por las cuales ya nadie da ni un duro, con una tecnología sostenible y puntera sin coste alguno para el ambiente, y hacerlo sin la ayuda, ni el soporte, ni la financiación de la administración en ningún momento es absoluta y rotundamente genuino. La ecología y la ingeniería puras al servicio del amor a los animales y al entorno natural, no como monedas de cambio de nada, sino entendiendo, sí, su importancia para el ecosistema y también para el hombre, pero sobre todo su derecho a existir, ganado a pulso por selección natural y superando en historia con creces a nuestra especie, en algunas ocasiones, por unas cuantas decenas de miles de años.

 

Precedentes

Esta maravilla de la biología de la conservación existe en Galicia, en Bóveda, un pueblecito a unos veinte kilómetros de Ourense. Hace ya nueve años, Antonio Estévez y su mujer, Luisa Fernanda, inauguraron y dieron forma legal y jurídica a ese CREA (Centro de Recuperación de Especies Amenazadas). La tarea, sin embargo, empezó mucho tiempo antes, cuando el héroe de esta gran hazaña mantenía un pequeño laboratorio para la recuperación de taxones dentro del piso donde vivía con su madre. Como ingeniero ambiental de la Diputación de Ourense, Antonio Estévez se cansó de alzar la voz para que alguna administración ayudara para la consecución de ese proyecto. Nadie se acercó. Nadie invirtió. Nadie se pronunció. Las trabas siguieron, con la demanda de los múltiples pasos legales que hay que cumplir para la posesión de un núcleo zoológico, con los interrogatorios dela administración competente por si había algún tipo de interés comercial en la tenencia de los animales, con las afectaciones de obras cercanas al nuevo ecosistema, como voladuras, instalación de luces ofensivas… Todos los elementos giraban en contra, pero todos ellos, permaneciendo como excepción a la regla en ese mundo medio enfermo gobernado por el dinero y el interés, han sido sorteados. Con la mirada atenta de Félix Rodríguez de la Fuente en una esquina de la habitación que sirve como laboratorio, el CREA, apadrinado por la hija del gran naturalista, Odile, camina ya hacia su décimo año de existencia, con especies que llegan a su tercer estadio de reproducción sexual.

 

El lugar

El CREA Ourense ha crecido alrededor de una pequeña casa de campo familiar. Un terreno de 10.000 metros cuadrados donde hay caminos habilitados para pisar solo de vez en cuando. Un ecosistema en sí dividido en pequeñas biotas: estanques alimentados por bombas de oxígeno originados por un sistema de energía solar, prados y matojos cuidados para que no superen una cierta altura, invernaderos a resguardo de las inclemencias meteorológicas y pequeños acuarios en el interior de la antigua masía con un sistema de recirculación y reaprovechamiento del agua de lluvia. Allí, taxones con advertencia y toque de muerte por los cambios abruptos de las condiciones climáticas o por la presión que el hombre ejerce constantemente sobre su entorno, como cangrejos, galápagos o tortugas, sobreviven, crean nuevas generaciones e incluso pueden ser exportados a museos o espacios de divulgación natural como lo es O Rexo de Allariz, un centro de educación medioambiental de la misma provincia orensana.

 

Conservación vegetal

Los anfibios, como el tritón ibérico, son la auténtica pasión de Antonio y la nota predominante. Muchos de ellos, igual que los reptiles, han visto tremendamente alterada su vida por la inmensa aceleración del cambio a que ha sido sometido su hábitat, más frágil, más susceptible a la progresiva fluctuación de variables ambientales como la temperatura o la humedad. Dos especies vegetales, sin embargo, han sido las que han contado con el apoyo de Rafael Hurtado, finalmente, de la Fundación Banco Santander dentro del programa de Conservación de Patrimonio Vegetal Ibérico Amenazado. Desde 2015 y gracias también a una subvención específica, el helecho acuático, Marsilea quadrifolia, y el roble enano, Quercus lusitánica, ya crecen y se reproducen dentro de ese oasis de vida y han podido ser cedidos para su divulgación. El primero, para entendernos, es parecido a un trébol de cuatro hojas endémico de zonas europeas como Francia, Ucrania y la península ibérica. En el segundo caso, nos encontramos delante de un arbusto con presencia en el Magreb y en las provincias de Coruña y de Cádiz. Ambas especies proliferan en invernadero, empezando así un sistema que comprende tres estadios distintos. A posteriori, se desarrollan en un cerramiento habilitado en condiciones seminaturales. Finalmente, un tallo de cada ejemplar es trasladado a la zona silvestre de la misma parcela, donde crece como lo podía hacer en su hábitat primigenio. Todo un éxito que hace ya pensar en nuevos proyectos. El más inminente, el de Clonopsis gallica, más conocido como insecto palo. Se trata de un artrópodo de entre seis y doce centímetros de largo, presente en climas tropicales y cada vez más escaso a latitudes medias. Su existencia es crucial, por ejemplo, a la hora de prevenir incendios forestales. Habita mayormente entre las zarzas, de las que se alimenta. Come al día su propio peso en hojas, cosa que previene de la acumulación de una extensa masa vegetal en el suelo que facilita cualquier chispa o propagación de las llamas.

 

La fe en el futuro

Las cifras son abrumadoras. Se estima actualmente una tasa de extinción de especies mil veces por encima de su ritmo natural. El clima ha variado en el transcurso de la historia terrestre, pero lo ha hecho a lo largo de millones de años. Solo en los últimos treinta hemos cambiado de tal forma las condiciones del entorno que centenares de miles de especies no han tenido tiempo de adaptarse. Habituarse a un medio concreto es una empresa tan progresiva que requiere de generaciones. Los humanos, con el egocentrismo como núcleo, no llegamos a percatarnos de la magnitud de tal desastre hasta que este choca de frente con nuestras necesidades alimenticias, con nuestra seguridad o con nuestra salud. Avistar en un río caudaloso de intereses ciegos e información mercenaria de la publicidad un pequeño barco como la bíblica Arca de Noé remontándolo, propulsándose a remos poco a poco pero de manera constante, con una vida entera de dedicación y conocimiento como motor y un amor profundo a los orígenes que jamás debiéramos olvidar es un auténtico alivio, un robusto tronco donde aferrarse, una refrescante brisa de aliento y de esperanza. Un impacto que se multiplica a su alrededor. Ya de noche en el CREA Félix Rodríguez de la Fuente, las luciérnagas brillan en las matas. Ya al oscurecer, los murciélagos, tan escasos en la mayoría de hábitats, susurran con el viento. La misma tecnología destructora es aquí capaz de dar vida a un animal que crecía cuando el hombre ni siquiera era un proyecto. Antonio Estévez ha creado un modelo que ninguna administración pública, con cien veces más recursos, ha logrado ni ha previsto. El tiempo, seguro, va a poner las cosas en su sitio. Emilio Carral, catedrático de Biología de la Universidad de Santiago de Compostela, lanza una premonición: «Algún día, todos los centros de conservación serán como este».

 

Ong ADDA  -Junio 2019


Relación de contenidos por tema: Conservacionismo


Temas

Haz clic para seleccionar