Las desventuras de Raspoutine
ADDA ha tenido ocasión de vivir de cerca las desventuras, con final feliz, de una ciudadana francesa de paso por Barcelona con su perro y que por su aspecto hippy sufrió el abuso de autoridad y falta de sensibilidad de la Guardia Urbana así como el descontrol total que existe dentro del mismo ayuntamiento entre la perrera y la guardia urbana. De este incidente ADDA presentó denuncia ante el ayuntamiento, expediente que según ellos mismos, arte y parte, no había lugar: toda la actuación habia sido correcta.
"Raspoutine" ha pasado por una de sus peores experiencias. Llegó a Barcelona, procedente de Francia, hace tan sólo unos meses y ya le han hecho la vida imposible obligándole a separarse de la persona que más quiere, Charlotte, durante varios días. Raspoutine sólo pretendía estar con ella y que les dejaran en paz. Afortunadamente, el pasado jueves, 21 de octubre, por fin lo liberaron y ahora vuelve a menear la cola divertido mientras observa a su dueña hacer cabriolas con las mazas de fuego.
La noche del pasado 14 de octubre, Charlotte estaba en las Ramblas de Barcelona, junto al teatro del Liceo, realizando unos juegos malabares para ganarse unas pocas monedas y poder pagarse así su estancia unos días. Junto a ella, echado holgazanamente, estaba Raspoutine que siempre la acompaña en todas sus andanzas. Repentinamente, tres guardias urbanos surgieron de la nada y le pidieron a la chica que les acompañase. Ante el pasmo de Charlotte, los agentes le exigieron que les entregara las mazas y la amenazaron diciéndole que si no lo hacía, la detendrían a ella y a su perro. La joven, asustada, se las entregó, pero, lógicamente, a regañadientes. Ante la falta de colaboración por parte de ella, los guardias, no contentos con haberle quitado su herramienta de trabajo, decidieron confiscar a Raspoutine, a pesar de que Charlotte mostraba con insistencia su documentación en regla. Los agentes replicaron a la joven que no entendían nada de lo que ponía en los papeles porque estaban escritos en francés, aunque para descifrar los números que indican la fecha de la última vacunación 'antirabique', que es, por cierto, como se escribe en francés, no es necesario estar muy al día. Pero para darle un poco más de morbo al asunto, los guardias le pidieron entonces que ella misma introdujera al animal en un transportín hasta una furgoneta ya que en caso de no hacerlo iban a maltratar al perro para que entrara. Le explicaron que Raspoutine quedaría confiscado en las dependencias municipales de la Arrabassada -la perrera- y que al día siguiente, pagando 15.000 pesetas, podría retirarlo de allí.
Al día siguiente, Charlotte se dirigió a la perrera, donde el personal del centro le aseguró que estaba en buenas condiciones higiénicas y sanitarias. Le entregaron un certificado en que el veterinario del centro lo corroboraba y le dijeron que, supuestamente, ese papel tendría el valor suficiente para que al entregarlo en la Guardia Urbana ésta consintiera en liberar a Raspoutine. Pero ante el asombro de Charlotte, y después de unos comentarios telefónicos del funcionario de la perrera con los agentes, el hombre le arrebató el certificado diciendo que debía enviarlo él mismo por correo a la comisaría. Entonces le aconsejó que volviera a hablar concretamente con el agente que se hace llamar PAPA 31 para aclarar el entuerto. Parece ser que tras varias intentonas de diálogo por parte de la chica y tras varios viajes por todo lo ancho y largo de Barcelona, finalmente, el funcionario de la Arrabassada le aseguró ese mismo viernes que el certificado estaría en manos de la Guardia Urbana el lunes o a mucho tardar el martes 19, momento en que todo se solucionaría.
Ese fin de semana fue uno de los más largos que Raspoutine y Charlotte recuerdan, no sólo por el mal trato recibido en un país extraño, sino por el hecho de preguntarse por qué se habían cebado con ellos. El martes, tras haber dado el tiempo suficiente a correos para que la policía hubiera recibido el certificado, la joven se presentó de nuevo en la comisaría, sita junto al Liceo. Desde luego su sorpresa fue mayúscula cuando le dijeron que todavía no habían recibido el dichoso certificado. Además, los guardias le advirtieron que tenía que pagar una multa de 15.000 pesetas por llevar al perro suelto, extremo que Charlotte negó en todo momento. Para ofrecerle una solución digna, los agentes le propusieron como vía alternativa la presentación de un billete para volver a Francia el mismo día que le entregaran el perro. Es decir, echarla discretamente del país...
El miércoles regresó y tampoco hubo suerte, parecía que el certificado se había volatilizado en la inmensidad de Correos. Pero, el jueves, Charlotte fue a la comisaría acompañada por unas personas de ADDA, que consiguieron, de buenas maneras, hacer entrar en razón a los agentes. Y fue posible entonces liberar a Raspoutine, cuyos movimientos frenéticos del rabo demostraban la alegría de reencontrarse con Charlotte.
Ong ADDA -Mayo 2000
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