Religión: La relación de la iglesia católica con los animales - Hno. Francisco Javier Izquierdo de la Rosa

ADDAREVISTA 25

Aunque cada vez van siendo más numerosas las voces que se alzan protestando por los malos tratos a los animales y a la Naturaleza, siempre hay una que parece quedarse descolgada, o que simplemente no consta: la de la Iglesia. El hermano Francisco Javier Izquierdo de la Rosa, religioso, Esclavo de María y de los Pobres, siempre ha sentido la necesidad de luchar por los derechos de todos los seres creados sin excepción. Esta motivación no disminuyó al entrar en la vida religiosa. Al contrario, él mismo cuenta que a medida que ha ido profundizando en el conocimiento de Dios ha ido sintiendo más esa necesidad de amarle a través de todas sus criaturas.

El hermano Francisco cree que el problema de fondo es que aquellos que tendrían que hacer de altavoces y hablar más fuerte se limitan a guardar silencio. Por eso se ha decidido a presentarnos una selección de textos del Magisterio, en concreto de Pablo VI y Juan Pablo II, en los que se urge a los cristianos a que se impliquen en la protección de los animales y el medio ambiente.

Encíclicas que instan a la protección de los animales y la defensa del medio ambiente.

Encíclicas que instan a la protección de los animales y la defensa del medio ambiente.

  • Encíclica Octagesima Adveniens, Pablo VI. 14-V-1971 (...) "Bruscamente el hombre adquiere conciencia de que, debido a una explotación desconsiderada de la Naturaleza, corremos el riesgo de destruirla y de ser a la vez víctimas de esta degradación. Contaminaciones y desechos, nuevas enfermedades, el poder destructor absoluto. Es el propio consorcio humano el que el hombre no domina ya, y crea así para el mañana un ambiente que podría resultar intolerable”.
  • Encíclica Redemptor Hominis, Juan Pablo II. 4-III-1979 (...) "Tal explotación para fines no solamente industriales, sino también militares, unido al hecho de que el desarrollo de la técnica no se enmarca en ningún plan universal ni auténticamente humanístico, lleva consigo el peligro para el medio natural del hombre, lo enajena de sus relaciones con la Naturaleza y lo aparta de ella. El hombre no parece percibir en su ambiente natural más que los recursos que utiliza para su inmediato uso y consumo”.
  • Encíclica Sollicitudo Rei Socialis, Juan Pablo II, 30-XII-1987, segundo documento social y séptimo de su pontificado. Puntos 26 y 34. (...) "Una de las señales positivas del presente es la mayor conciencia del límite de los recursos disponibles. Parece que empieza a sentirse una cierta preocupación ecológica. Es necesario respetar la integridad y los ritmos de la Naturaleza y tenerlos en cuenta en la programación del desarrollo. Por todo ello, debemos tomar mayor conciencia de que no se puede utilizar impunemente a animales, plantas y elementos naturales como mejor apetezca. Al contrario, conviene tener en cuenta la Naturaleza de cada ser y su conexión con un sistema ordenado, que es el cosmos. A ello debemos unir el hecho de que los recursos naturales son limitados, y usarlos como si fueran inagotables pone en serio peligro su futura disponibilidad, no sólo para la generación presente, sino también para las futuras. La consecuencia de un desarrollo no adecuado sobre las zonas industrializadas es la contaminación del ambiente, con graves consecuencias para la salud de la población. Es evidente que el desarrollo, así como la voluntad de planificación que lo dirige, el uso de los recursos y el modo de utilizarlos, no están exentos de respetar las exigencias morales. Una de éstas impone, sin duda, límites al uso de la Naturaleza visible. El dominio confiado al hombre por el Creador no es un poder absoluto, ni se puede hablar de libertad de ”usar y abusar”, o de disponer de las cosas como mejor parezca. El límite impuesto por el mismo Creador desde el principio y expresado simbólicamente con la prohibición de ”comer del árbol” (cf. Gén 2, 16) muestra claramente que, en la Naturaleza visible, estamos sometidos a leyes no sólo biológicas, sino también morales, cuya transgresión no queda impune. Una justa concepción del desarrollo no puede prescindir de estas consideraciones- relativas al uso de los elementos de la Naturaleza, a la renovación de los recursos y a las consecuencias de la industrialización desordenada-, las cuales ponen ante nuestra conciencia la dimensión moral que debe distinguir al desarrollo”.
  • Encíclica Centesimus Annus, Juan Pablo II. Tercera Encíclica Social, novena de su Pontificado. (...) "En la raíz de la insensata destrucción del ambiente natural hay un error antropológico, por desgracia muy difundido en nuestro tiempo. El hombre, que descubre su capacidad de transformar y, en cierto sentido, de “crear” el mundo con el propio trabajo, olvida que éste se desarrolla siempre sobre la base de la primera y originaria donación de las cosas por parte de Dios. Cree que puede disponer arbitrariamente de la tierra, sometiéndola sin reservas a su voluntad, como si ella no tuviese una fisonomía propia y un destino anterior dados por Dios, y que el hombre puede desarrollar ciertamente, pero que no debe traicionar. En vez de desempeñar su papel de colaborador de Dios en la obra de la Creación, el hombre suplanta a Dios y con ello provoca la rebelión de la Naturaleza, más bien tiranizada que gobernada por él.Esto demuestra, sobre todo, la mezquindad o estrechez de miras del hombre, animada por el deseo de poseer las cosas en vez de relacionarlas con la verdad, y falto de aquella actitud desinteresada, gratuita, estética, que nace del asombro por ser y por la belleza que permite leer en las cosas visibles el mensaje del Dios invisible que las ha creado. A este respecto, la humanidad de hoy debe ser consciente de sus deberes y de su cometido para las generaciones futuras”.

La biografía de Sor Juana de la Cruz

La biografía de Sor Juana de la Cruz, una Terciaria Franciscana del siglo XIV, nos brinda un testimonio enternecedor del profundo respeto que esta religiosa sentía por los animales: “La compasión de sor Juana abraza a todo el cosmos, es franciscana, es
ecológica. Ha observado el mundo de los animales como criaturas de Dios, y para ellos pide respeto y gratitud”. Como biógrafa, sor María Evangelista recogió la enseñanza familiar emanada de lo cotidiano: “Tenía esta virgen gracia de entender a las aves y a los animales, y de oírlos se consolaba mucho y loaba al Señor que los crió. Tenía gran compasión por los animales, en especial por los que trabajan.

En el tiempo de su enfermedad, decía: “Más lástima y compasión tengo de los animales que de mí. Que aunque estoy tullida tengo lengua con que pido lo que es menester y estoy entre personas piadosas. Los animales no tienen lengua con que se quejen ni pidan su necesidad. Y con mucha hambre y sed y cansancio les echan encima grandes cargas, y les dan recios palos cuando no las pueden llevar. Y no se deben engañar con esto las gentes, ya que en el juicio de Dios toda crueldad se demanda, aunque sea hecha a las bestias; porque el Señor no las crió para que las traten y maten cruelmente, sino para que se aprovechen y sirvan de ellas (Vida, f.179)”.


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