Caza y Ecología -ADDA Euskadi

ADDAREVISTA 9


Cuando el ecologismo no se con­templa con esta óptica se puede lle­gar a posturas rocambolescas como el proponer la caza con arco y fle­cha o con ballesta con la «caza eco­lógica» en virtud de no se sabe qué. O que para no matar animales sil­vestres se críen en granjas faisanes que son soltados horas antes de la cacería, sin preocuparse demasiado de si estos animales tendrán o no el instinto natural para saberse ocul­tar de los escopeteros, o de la suer­te de los que no sean abatidos.

Aún más ridículo resulta el caso de la llamada «pesca ecológica». Su función es satisfacer al pescador sin ocasionar la muerte al pez, aunque las heridas ocasionadas puedan comprometer su futuro. Pocas co­sas demuestran mejor que ésta es la verdadera motivación de la caza y pesca deportivas: el ansia de captu­rar sin necesidad real.

Los cazadores dicen que cumplen la función de los predadores en la Naturaleza. Sin embargo, esto debe ser matizado. Un carnívoro ataca las presas más débiles, las enfermas, convirtiéndose en instrumento efec­tivo de la selección natural. Pero el cazador deportivo actúa justamente al revés, pues lo que busca es el tro­feo, eligiendo en consecuencia los mejores ejemplares y efectuando una selección negativa.

Esto nos introduce en el tema de los cazadores como protectores de la Naturaleza. Como iremos viendo, este argumento es cínico, ya que en realidad los cazadores se mueven por un interés muy claro; sólo les preocupa proteger las especies cinegéticas y los ambientes que las albergan. Lo que ocurra con lo demás parece tenerles sin cuidado.

Quizás una de las mayores defi­ciencias de los cazadores para ejercer de ecologistas es su pobre o nula educación ambiental. Aunque la in­tención del examen del cazador es paliar este mal, la realidad es bien triste. Tenemos además el agravan­te de que a esta incultura hay que unir la carencia de escrúpulos y sen­sibilidad. Por mucho que se empe­ñen las grandes figuras de la caza, intentando demostrar que los caza­dores son personas respetuosas y educadas, esto es sólo aplicable a una minoría dentro del colectivo de cazadores. Incluso hay ocasiones en que la caza cae en la ilegalidad y lo malo es que puede llegar a hacerlo de mano de la Administración.

Es ilustrador a este respecto un informe realizado por la Coordina­dora de Organizaciones de Defen­sa Ambiental (CODA), durante la campaña 1988-89, en el que se cons­tata que las órdenes de veda de las 17 comunidades autónomas de Es­paña incumplieron las normativas de la Comunidad Económica Euro­pea con respecto a la caza. En con­creto, el estudio de la CODA puso de manifiesto, que los aspectos in­cumplidos hacían referencia a los métodos de caza autorizados, el es­tablecimiento de ciertas especies como cinegéticas, la captura de pá­jaros (fringílidos y emberícidos) y la fijación de períodos hábiles en épocas de migración y reproduc­ción.

Además de interponer las corres­pondientes denuncias, la CODA lle­gó a concluir sobre la conveniencia de la promulgación de las órdenes de veda de forma común a todas las comunidades autónomas y que és­tas velaran por su cumplimiento, evitando así la actual descoordina­ción entre las autonomías y la re­glamentación sobre caza y pesca.


Hoy la caza y pesca deportivas son un fenómeno urbano. Nada tie­ne que ver con la caza que ciertos sectores, principalmente rurales, ejecutan. El cazador urbano reali­za sus correrías venatorias en un ecosistema que no es el suyo, lo cual le obliga a grandes desplazamien­tos (gastos de gasolina: unos diez mil vascos acuden a cazar a cotos extremeños) y a conductas poco na­turales (contratar batidores y guías, madrugones), etc., etc.


Si buscamos un cazador que hoy efectúe el papel de predador ecológico, seguramente lo encontraremos en el aldeano que sale una mañana al campo, da dos tiros y se lleva un par de piezas, pero no en los que tie­nen su vida montada en la ciudad.

En realidad, los cazadores se mueven por un interés muy cla­ro; sólo les preocupa proteger a las especies cinegéticas y los am­bientes que las albergan. Lo que ocurra con los demás parece te­nerles sin cuidado. Los planes de ordenación cinegética pueden ser criticados desde varios puntos, pero lo que quizá más nos preo­cupa es la sospecha de que se tra­te de disfrazar de conservacionismo a la caza.

CAZA Y MEDIO AMBIENTE

Hay razones de carácter medio-ambientalista que demuestran lo anti-ecológica que es la caza. Quie­nes acostumbramos a ir al campo conocemos bien las señales de iden­tidad que los cazadores dejan por donde pasan. Papeles, plásticos y vidrio, son residuos que nos indican dónde han reposado para almorzar, por cierto, todo ello alrededor de un fuego. Tampoco pueden faltar las señales de vandalismo en la vegeta­ción, pero desde luego lo más nor­mal es encontrarse con cientos de cartuchos tirados por el suelo. An­tes, hace ya años, los cartuchos eran de cartón, y con el tiempo desapa­recían. Hoy, como la modernidad también ha alcanzado a la caza, son de plástico, y por lo tanto, no degradables. A pesar de que su aban­dono en el campo está prohibido, y los cazadores están obligados a re­cogerlos, nadie parece hacer caso, a juzgar por las grandes cantidades de cartuchos que uno puede ver.

Luego está el grave problema del plumbismo. Es una enfermedad que afecta especialmente a las aves acuá­ticas, que se envenenan al tragar del fondo de los humedales perdigones de plomo. Al parecer, en 45 días, se deshacen se absorben distribuyén­dose por todo el organismo. Los ejemplares afectados de plumbismo tienen deficiencias inmunológicas que los hacen más sensibles a in­fecciones y parásitos. Las aves pier­den vitalidad y quedan aisladas del grupo, muriendo finalmente tras larga y lenta agonía. Su tratamien­to no existe, en parte debido a que es necesaria la «hospitalización», lo cual provoca angustias en el animal.

Las especies más afectadas son los ánades y similares, además de sus predadores, incluido el hombre.

Es sorprendente la cantidad de plo­mo que puede verterse al medio por la caza. Por ejemplo, en un país de hábitos cinegéticos similares al nuestro como es Francia, cada año se arrojan entre 3 y 6 toneladas de plomo al estuario de Loira. En Es­paña, hace unos años, murieron 22 flamencos que contenían en sus mo­llejas entre 30 y 328 perdigones cada uno. Alemania, Canadá, USA y Dina­marca son los únicos países que han prohibido el uso de perdigones de plomo. La alternativa es utilizar perdigones de acero u otros metales muy caros como el tungsteno o el wolframio. Sin embargo, lo más ló­gico sería la paralización de toda ac­tividad cinegética en las zonas hú­medas.


Otro de los impactos medioam­bientales ocasionados por la caza es debido a los vallados cinegéticos. Además del atentado paisajístico, suponen un impedimento para la circulación de los animales, limitán­doles en su busca de alimento y fa­voreciendo
además una excesiva endogamia con el consiguiente em­pobrecimiento genético de la pobla­ción. Por otro lado, se ocasionan muertes y lesiones por colisión con­tra la valla de algunos animales, so­bre todo rapaces.

Quedan otros aspectos, menos conocidos, pero seguro que no me­nos importantes. Está, por ejemplo, el complicado tema de la introduc­ción de especies. El equilibrio eco­lógico de los ríos europeos se ha vis­to afectado por la introducción de peces en lugares lejanos pero de in­terés para los pescadores. Sólo con­taremos un caso bastante ilustrati­vo de un mamífero. A finales de los años 50, una sociedad de cazado­res soltó en el macizo de Gorbea (Álava) varios ejemplares de cier­vos. El ciervo se había extinguido en el País Vasco hacía ya mucho tiempo, pero los cazadores echaban de menos su presencia. En un entor­no muy limitado, altamente huma­nizado y sin predadores, los ciervos del Gorbea han creado acaloradas polémicas porque ocasionaban da­ños en la agricultura, suponían un riesgo para el tráfico rodado y, de­bido a la explosión demográfica ex­perimentada, y a su mala gestión ci­negética, la población se encontra­ba desequilibrada en cuanto a la población natural de sexos.

CAZA Y EXTINCION DE ANIMALES

Hojeando algunas de las revistas que se editan en nuestro país sobre medio ambiente, se ven numerosas protestas de grupos ecologistas y hasta de particulares por el abati­miento de especies protegidas o no cinegéticas por parte de los cazado­res. Esto Aunque factores como la destruc­ción del habitat tuvieran mucho que ver, no puede negarse la interven­ción de la caza en la extinción o en­rarecimiento de algunas especies como el urogallo o la perdiz pardi­lla. La masacre de la paloma migra-dora o el bisonte norteamericano fue debido a algo muy cercano a la caza deportiva, ya que se mataban más ejemplares de los que se podían consumir o se les disparaba por di­versión desde los ferrocarriles. In­cluso algo que puede estar justifi­cado como matar para comer, pue­de hacer desaparecer de la tierra a muchas especies, como ocurrió en muchas islas durante los siglos XVIII o XIX.

En España contamos con el ver­gonzoso ejemplo de las llamadas «Juntas de Extinción de Animales demuestra en qué forma la caza afecta a las poblaciones de animales silvestres, las cuales mu­chas veces no son muy nutridas.

PERROS: LAS OTRAS VICTIMAS

No hay más que echar un vistazo a cualquier publicación sobre caza para darse cuenta que nuestros entrañables perros son una víctima más de toda esta historia.

Utilizados como mero complemento a la actividad cinegética, sufren con demasiada frecuencia la insensibilidad de unas personas que tampo­co la demuestran con otros animales. Afortunadamente, existen cazado­res que tratan bien a sus perros, con los que incluso llegan a convivir. Pero esto no es la norma. Son numerosos los casos en que los animales son mantenidos durante la veda en condiciones inaceptables desde el pun­to de vista de sus derechos. Muchos pasan su vida en lúgubres lonjas vacías y tendrán suerte si su dueño los saca unos minutos al día. Otros vivirán hacinados en casetas que no reúnen unas mínimas condiciones higiénicas y por una módica cantidad de dinero serán alimentados perió­dicamente. Algunos serán abandonados al finalizar la temporada. Fueron recogidos unos meses antes del Albergue Municipal y dejados a su suer­te una vez que su fugaz dueño ha comprobado que el trabajo del animal no era el esperado. A veces resultan heridos en su trabajo, sobre todo en las monterías. La asistencia que reciben, caso de que ésta efectiva­mente se produzca, se reduce en muchas ocasiones a una chapucera bru­talidad.


Los perros de caza son, en definitiva, las víctimas olvidadas de una prác­tica insensible no sólo con los animales a abatir.

 

Ong ADDA  Enero/Marzo 1992


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