La caza en Gran Bretaña- John Greenstead

ADDAREVISTA 9

Nuestro corresponsal, John Greenstead, nos hace ver, en esta crónica, la situación del problema de la caza en Gran Bretaña. Nos habla, sin ambages, del cada vez más cre­ciente movimiento popular en su contra y nos explica, también, la importancia que aún sustenta en un país de una estructura inicialmente de grandes terratenientes y que conti­núa figurando como una representación característica británica. Una serie de ilustrados datos e informaciones que, de seguro, situarán a nuestros lectores en un conocimiento mucho más preciso del tema.

La controversia en torno a la caza en Gran Bretaña ha alcanzado, úl­timamente, un carácter explosivo en el ambiente político, que hubiera sido impensable en tiempos en que el mordaz Oscar Wilde describía la caza del zorro como «una acción in­calificable en contra de un animal incomestible». La presentación en el Parlamento de un Proyecto de Ley para suprimirla, que no triun­fó por un escasísimo margen de vo­tos, ha puesto de manifiesto, sin embargo, que el movimiento anticaza ha crecido espectacularmente.

Gran Bretaña figura en el tere lugar del ranking en el número de licencias de cazadores para cada cien hectáreas de su territorio nacional, si lo comparamos con el resto de países europeos. los italianos están a la cabeza con 1.502.818 licencias, o sea, cinco cazadores por cada cien hectáreas, correspondiendo a la Gran Bretaña -con algo más 800.000 licencias el numero 3,6 cazadores por cada 100 hectáreas. Existe actualmente una dura batalla entre el numeroso grupo de cazadores y otro, cada día mas bien articulado, que corresponde al resto de publico británico que se declara en contra de la caza. Tal como describe el Fondo Internacional para el Bienestar Animal, IFAW, el movimiento de bienestar animal podría influir a equilibrar el poder en el recién constituido Parlamento".

Los grupos contrarios a la caza podrían clasificarse en tres catego­rías según su inclinación:

1.- Amantes de los animales cuya compasión por las víctimas cazadas es más fuerte que sus convicciones políticas.

2.- Aquellos que con una motiva­ción principalmente política, sien­ten resentimiento y desagrado por las altas clases sociales que ejerci­tan la caza como simple diversión por unos pocos privilegiados.

3.- Aquellos que combinan los dos puntos anteriores en proporcio­nes variables.

Este numeroso grupo anti-caza se enfrenta a: 13.000 cazadores de ve­nado, 829.000 de aves acuáticas, ciervos y liebres, 243.000 cazadores con perros y 4.300.000 pescadores de caña todos ellos empujándose unos a otros para conseguir un sitio, igual que sardinas en lata. El Comité Permanente de Depor­tes Rurales se gasta un total de 2.450.000 millones de pesetas en es­tas actividades. O sea, esta cantidad representa el doble de la suma gas­tada en cines y espectáculos y que dan trabajo a 125.000 personas.

En Gran Bretaña existe una Ley estatal que protege a los animales cautivos y domésticos de la cruel­dad y el sufrimiento, aunque, injus­tamente, no existe ninguna ley similar para los animales que se hallan en estado salvaje. Recientemente su­bió el tono de los debates cuando en el Parlamento por sólo 12 votos fracasó un proyecto de protección a los animales salvajes. Los conser­vadores —normalmente a favor de la caza— tenían entonces una mayoría de 139 votos con respecto a los laboristas, que se comprometieron a ir prohibiendo la caza por fases, si hubieran ganado las elecciones del 17 de abril pasado. 

La IFAW estaban tan encoleriza­da ante el sabotaje del «lobby» con­servador que se gastó 170 millones de pesetas en una serie de anuncios, de páginas enteras, en la prensa publicando listas de todos los nombres de los diputados Conservadores en el Parlamento que estaban a favor de la caza y pidiendo a los votan­tes que comprobaran si el nombre de su representante parlamentario se encontraba en la lista. Las impli­caciones políticas, eran evidentes. Muchos Consejos de Distrito y de Barrio ya han prohibido la caza en los terrenos de sus dependencias. La Iglesia se haya sometida cada vez las mayores presiones para que haga lo mismo y el Trust Nacional —que posee 230.000 hectáreas— sufrió, recientemente, una pérdida del 10% de sus componentes, cuando votó a favor de seguir permitiendo la caza en sus terrenos.

En su oficina de Londres, llena a rebosar de informes, gráficos, ma­pas, estadísticas, folletos y cartas, John Bryant, el pragmático hombre de prensa e investigación de la Liga Contra los Deportes Crueles, LACS, está convencido de que, sea cual sea el partido político que esté en el poder en este momento, la caza estará prohibida antes de que transcurran cinco años. A pesar de reconocer que son muchos más numerosos los cazadores que se limi­tan a disparar sin ayuda de un pe­rro, reconoce la prioridad de la LACS en conseguir, primero, la pro­hibición de quiénes cazan con la ayuda de este animal. Si se puede hacer una distinción, ésta reside en que los tiradores lo hacen con la in­tención —aunque no siempre con el efecto— de matar la caza de for­ma instantánea mientras que los que utilizan perros supone la pro­longación deliberada de la persecu­ción, y por lo tanto, el terror, dolor, y sufrimiento de la víctima. ¡La caza del ciervo puede llegar a du­rar hasta siete horas! 

Existen, en Gran Bretaña, 450 jaurías de perros de caza. Cuatro de ellas son jaurías de caza de ciervo; todas en el sudoeste de Inglaterra. En Escocia no existen jaurías de caza del ciervo y, únicamente, unas pocas para la caza del zorro, con una gran superpoblación del ciervo rojo, debido a la nefasta gestión de las tierras por parte de los pro­pietarios de los cotos de caza. Mu­chos ejemplares van degenerando o se mueren de hambre y el precio que se cobra por tirar sobre ellos a to­dos los recién llegados, incluyendo extranjeros, es de 250 libras esterli­nas por un animal de una corna­menta de tamaño medio. 

La existencia de 450 jaurías de perros convierte a la Gran Bretaña en un país único en el mundo, muy por delante de Francia que, histó­ricamente, ha tenido una evolución de la caza diferente a la de esta isla superpoblada. En el pasado, las tie­rras, en Gran Bretaña, pertenecían en su totalidad a los soberanos, a sus familias, a los aristócratas y, por supuesto, a la Iglesia. El campo era, por lo tanto, un gran parque, al que tenían acceso ilimitado para sus di­versiones. El resto de mortales no eran más que sus siervos, inquilinos, criados o campesinos. En Francia, los granjeros, propietarios de tierras, surgieron mucho antes, dan­do lugar a una evolución diferente en la estructura y desarrollo de la caza.

John Bryant está convencido de que las tradiciones históricas que tan a menudo se utilizan como ar­gumento para mantener el «status» de la caza —también en España con las fiestas populares crueles ocurre algo semejante—, tendrán que desaparecer ante la futura, y más es­trecha, cooperación de los estados miembros de la CEE y en especial cuando se hagan sentir los votos de los nuevos países escandinavos que tienen solicitada su admisión. El principio fundamental de la LACS esque la vida salvaje «pertenece» por igual a toda la gente, y debería estar en manos del estado, quien emplearía a profesionales de la fau­na salvaje y no caería en las burdas manos de los cazadores que no dan cuenta a nadie de sus actividades. 

Las normas, relativamente estric­tas, en países como Alemania y Austria reglamentan estas activida­des de forma incomparablemente mejor que la actitud pasiva de la ley británica. Incluso la ley escocesa está mucho mejor fundamentada en la supresión de losanimales más viejos y débiles en la reducción racional de la población.

La LACS posee 37 santuarios propios de animales salvajes que cubren sobre 1.000 hectáreas con sus correspondientes guardias. Es frecuente, pero, la presencia allí de jaurías de perros de caza y en una ocasión la LACS fue indemnizada con 13.000.000 millones de pesetas por los daños y perjuicios causados. La violación de estos santuarios no es el único crimen del que están acusados los cazadores: sus perros han invadido propiedades privadas y han matado animales de compañia y ganado lo que ha resultado de que se llevasen ante los tribunales entre 50 y 60 procesos. 

Algunos granjeros, que han pro­hibido la caza en sus tierras, han resultado víctimas del envenenamien­to de sus abrevaderos y de la rotura de las vallas para que su ganado y caballos se escapasen hacia las ca­rreteras. Han apuñalado los anima­les de compañía de diputados labo­ristas que se habían declarado pú­blicamente contra la caza. Al mis­mo John Bryant le han clavado ca­bezas de animales en los postes de la verja de su casa, le ha tiroteado con perdigones, cortado los cables de su teléfono y ya ha dejado de contar las cartas y llamadas profiriéndole amenazas.

Cada semana aparecen noticias de miembros de la valerosa Asociación de Saboteadores de la Caza, HSA, que ha resultado atacados pro cazadores montados a caballo o por matones empleados por ellos. Los miembros de la HSA desafían a los cazadores -y también a la policía- utilizando sus mismos cuernos de caza para confundir y llamar a las jaurías, espolvoreando el suelo con sustancias para tapar el rastro del zorro, o esperándolo a la entrada de su guarida, para evitar que lo saquen o que los "terriers" se metan por el agujero.

Los mismos cazadores matan a unos 12.000 perros de caza por año -animales de 6 a 7 años- a fin de mantener jaurias jóvenes. A estos perros se les entrena para cazar y matar zorros. El método utilizado es particularmente detestable. Los perros son emplazados en un bosque donde se sabe que existen cachorros de zorro. ¿Cómo lo saben? Pues porque ellos mismos han construido confortables guari­das bajo tierra y han dejado allí co­mida para tentar a los zorros y que críen en ellas. Así se hace salir al dé­bil e inexperto zorrillo resultando unas presas fácilmente asequibles. Y así, poco a poco, los van adiestrando. La vana hipocresía de intentar justificar la caza del zorro como una forma efectiva de controlar su población, es tan evidente como el de la cría de faisanes que luego se sueltan y se abaten con la excusa de «mantener la especie controlada». Y, además, para ello son necesarios que 3.500 toneladas de perdigones caigan sobre las tierras y el agua que, como en la camargue france­sa, están matando a cientos de mi­les de pájaros salvajes y aves acuá­ticas por el envenenamiento que produce el plomo.

Para mencionar un solo ejemplo: el terrateniente más rico de Ingla­terra, el duque de Westminster, jun­to con sus invitados, mató recien­temente en Abbeystead, su finca de 2.000 hectáreas de Lancashire, a 1.040 urogallos. Por supuesto que estas masacres cuentan con la pro­bación de la Asociación Británica de Tiro y Conservación, BASC. Una contradicción tan cínica como la de llamar al viejo diario soviéti­co Pravda = La Verdad.

Al contrario que en Norteaméri­ca la bárbara práctica de caza con ballesta o con arco y flechas, está prohibida en la Gran Bretaña. Cuando prohiban la caza del zorro y del ciervo, la necesidad de disfra­zarse con ridiculas vestimentas y ca­balgar por las tierras podrá llevar­se a cabo practicando una "caza si mulada en la que los perros y los jinetes seguirán el rastro que han establecido antes arrastrando una piel de zorro impregnada de un fuerte olor. Ya existen, con este sistema, quince jaurías que lo prac­tican; el hecho de que las restantes 435 no quieran seguir su ejemplo es la prueba irrefutable de que hay una característica de sadismo en sus ac­tividades que demanda sangre y el desgarramiento, en vivo, del animal al perecer bajo las dentelladas de la jauría. El mismo rasgo de sadismo que se produce en las corridas de to­ros.

Es para luchar contra este sadis­mo donde la LACS está concen­trando sus esfuerzos en la actuali­dad. Una vez se haya abolido esta cruel forma de caza, concentrará sus esfuerzos den las otras, según está ya reflejando en sus informes. Como, por ejemplo, la caza de la liebre con perros, de aves con diez millones de palomas al año, y 500.000 urogallos abatidos en cua­tro meses, la cetrería con 10.000 practicantes que viola las directri­ces comunitarias que prohiben te­ner animales salvajes en cautividad, la caza de liebres y conejos con hurones..., etc. Por cierto, la caza con hurón está prohibida en España. De hecho John Bryant conside­ra que Gran Bretaña puede apren­de de España en su tratamiento de los animales salvajes, mientras que España puede aprender de Gran Bretaña sobre el trato humano a animales domésticos. Las normas de la CEE pueden forzar a una coo­peración más estrecha entre los dos países; la LACS lo ve como una perspectiva muy intere­sante. Por desgracia, la FACE —la mayor organización europea de caza— está presionando a los europarlamentarios para influir a que, más de la mitad de ellos (unos 260) asuman las tres propuestas siguientes:

  1. Reconocer el importante papel de la caza.
  2. Apoyar a los deportes campestres, así como la importancia de la caza para la economía y el entorno rural.
  3. Incluir a los cazadores y agricultores en la reforma de la política agrícola comunitaria

Como todo el mundo sabe, el Príncipe Carlos ha sido duramente criticado por su participación en cacerías con jaurías, el príncipe Fleipe de Inglaterra por su caza de a ves ye l rey Juan Carlos de España por el interés que ha demostrado en las corridas de toros y su afición a la caza. La presión popular tendría que hacer ver a estos líderes que con su ejemplo cambiaría radicalmente la situación de la caza y la explotación animal en sus países. Las encuestas demuestra nque un 80% de público británico está en contra de los deportes sangrientos. En igual proporción, los italianos que se oponen a la masacre anual que llevan a cabo sus tiradores. Y un importante número de españoles se oponen a las corridas de toros. Seguro que la pregunta no es simplemente retórica.

No es válido el argumento de que los deportes sangrientos y crueles forman parte de las tradiciones de un país. La prostitución, la esclavitud, el hostigamiento a los osos.También habían sido una tradición. Inundar las guaridas de los tejones para ahorgarlos o bloquearlas para axfixiarlos, también era tradiciónal en la Gran Bretaña hasta que por fin, una reciente ley lo prohibió. Una carta que escribieron en una revista australiana en 1989 sobre el inicuo tratamiento que los humanos dispensan a otras especies me moti­va a terminar este artículo. 

Dice así: «Los animales no son asesinos, matan solamente para sobrevivir. Un análisis superficial acerca de que el animal que hay en nosotros es el que nos conduce a ser asesinos, puede ser fácilmente rebatida por cualquiera que estudie a los anima­les. Al contrario: semejante aberración, capaz de afectar a una nación  entera —como por ejemplo en tiem­pos de guerras— es específicamente del género humano. Es evidente que algo se ha perdido en el proces so de desarrollo de nuestro cerebro. Posiblemente nosotros seamos un fallo evolutivo, tal como creía Arthur Koestler. Lo irra­cional en nosotros no es un instinto arcaico, sino más bien la mani­festación de una locura específica de nuestra especie». (De nuestro corresponsal en Inglaterra, en ex­clusiva para AddA, John Greens tead).

 

Ong ADDA  Enero/Marzo 1992


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