Cría intensiva y engorde artificial - Francisco Juste

ADDAREVISTA 13

Poco, relativamente muy poco se ha escrito sobre este espeluz­nante mundo de la explotación irracional de los animales de abas­to. Según como, la cría intensiva no es ajena al engorde artificial, pero no necesariamente guardan idénticos paralelismos. Podríamos diferenciar ambas atrocidades, atri­buyendo a la cría intensiva el estí­mulo por engrandecer el número de unidades, en tanto que el engor­de artificial tiende más específica­mente al aumento del tamaño en una carrera endiablada contra el crono. De ahí se desprende que las técnicas -por llamarlas de alguna forma- utilizadas, difieren sustan-cialmente, pero coinciden en su aspecto especulativo porque nacen de un denominador común: Los bienes gananciales al margen de la moral, la ética y la más mínima sensibilidad.

Las antiguas granjas avícolas -porque ahora se han reducido a un sector minoritario y eminente­mente familiar- nos evocaban gallinas felices que picoteaban escarbando el suelo con sus uñas como acto propio y peculiar de su vida natural. Pero eso que otrora era de uso común, ahora parece haberse con­vertido en las antípodas de lo que conocemos por avicultura. El pollo, desde su nacimiento, está condenado a la inmovilidad total, de manera que no disponga de espacio ni para extender un ala.

No hay ni un sólo productor de cría intensiva que haya pensado que estas aves son seres sensibles al dolor por cuanto no en vano dis­ponen de un sistema nervioso transmisor de sensaciones, tanto psíquicas como físicas. Para ellos constituyen la materia prima para engrandecer sus arcas a expensas del dolor ajeno. Las gallinas no pasan de ser máquinas ponedoras de huevos, se transforman en seres débiles y frustrados a los que nece­sariamente hay que atiborrar de fármacos porque un simple soplo de aire es susceptible de derrum­bar su debilitado estado físico. Los temores de que son víctimas se hacen bien evidentes por el griterío que profieren y su propensión a la huida cuando detectan el menor ruido o la presencia de cualquier extraño. El Premio Nobel, Alfred kastler, denominó estos métodos como «avicultura de concentra­ción» por sus connotaciones con los campos de exterminio, y se extendió largamente en su conside­ración. De sus palabras, extraemos como más elocuentes esta frase: «El homo sapiens que ha ideado tales técnicas y las aplica sin escrúpulos, se degrada con ellas».

Muy sutilmente se ha recurrido últimamente a defender la vigencia de las granjas de cría intensiva por su importante labor en la integra­ción de discapacitados, cuyas fun­ciones se alega que pueden estar perfectamente a su alcance. Nos recuerdan las corridas de toros bajo palio. Es evidente que la obtención de un fin loable como la integración laboral de los minusvá-lidos, no pasa inexorablemente por actividades tan reprobables. Exis­ten, afortunadamente, muchísimos otros medios distintos al de usos que denigran la condición de seres humanos.

A finales de 1990 se habló muy extensamente de la fabricación de tóxicos para el engorde artificial de reses. Las investigaciones condu­jeron a la detención de un químico alemán, Dieter Drago, propietario del laboratorio que producía las hormonas como sustancias bioló­gicas. La red se extendió rápida­mente y también hubo detenidos en Talavera de la Reina a quienes se les intervino más de 500 pasti­llas de hormonas de clembuterol, 17.000 pastillas de implantes finaplix, catorce sacos de AX-super, numerosos cartuchos para implan­tes ya utilizados, seis pistolas para el mismo fin y cuatro jeringuillas especiales para inyectar al ganado.

Con el transcurrir del tiempo, vemos que a menudo los medios de comunicación se hacen eco de la utilización de productos nocivos para la salud, pero que son de actualidad permanente en los pro­cesos de aceleración de peso en las factorías de engorde artificial. Se nos habla insistentemente de detenciones, de toma de medidas, de que se es consciente con la gra­vedad de estos problemas, pero la realidad nos demuestra que se rein­cide con notoriedad y que no es fácil hallar una solución definitiva. Evidentemente es muy compleja, pero no nos parece aventurado pre­decir que una buena opción pasa por la transformación de las gran­jas de cría intensiva y factorías de engorde artificial en actividades más acordes con los principios de la ética, la moral y el respecto por las vidas de que nos apropiamos.

Uno de los ejemplos más espe­luznantes del engorde artificial de animales de abasto, nos lo propor­ciona la utilización de ocas y patos para la elaboración del foie-gras, uno de los símbolos de mayor atro­cidad en la tortura perenne de animales. Al foie-gras hay que llamar­lo por su auténtico nombre de suplicio del embudo. Las ocas y patos son encerrados en espacios tremendamente reducidos. A lo largo de la semana, dos o tres veces al día, a la fuerza bruta, se les introduce en sus gargantas un embudo en el que se vierten tales fuertes dosis de alimento que de encontrarse esos animales en esta­do de libertad, jamás digerirían.

En el transcurso de esta tortura, las aves son sujetadas, bien por la mano o por un dispositivo que haga de parecida función, aferrán-doles la cabeza e impidiéndoles la menor capacidad de movimiento. La cantidad de alimento que se les introduce en el esófago es tan exa­gerada que el excedente es devuel­to a las propias manos del provee­dor. Superado el período de engor­de, las ocas presentan signos evi­dentes de temblor en sus cuerpos. Cuando los productores pretenden hacer creer que las ocas y los patos son bulímicos (sensación de ham­bre intensa y difícilmente saciable), incurren en una de tantas deformaciones vergonzantes, pues­to que serían incapaces de cebar­los a no ser por la fuerza. A causa del suplicio del embudo, ciertas aves sufren de reventones del buche, otras fallecen de infección o de heridas contraídas en el man­tenimiento, por efectos de asfixia, por congestión o como consecuen­cia de lesiones cardíacas.

En este mundo de despilfarro por intereses crematísticos, sor­prende también la indignante para­doja de que en tanto estos animales revientan por exceso de comida, en el mundo hay niños que perecen por inanición. A cosas como esas, los intelectuales saltarines lo lla­man civilización.

En nuestro país, el consumo de foie-gras es un lujo que se va extendiendo por todo el territorio estatal, sobre todo en Catalunya, Euskadi y Madrid, donde la demanda de hígados de pato al natural adquiere cotas importantes. Este hígado se puede encontrar crudo en nuestro país, pero no es aconsejable utilizarlo a menos que se sea un experto. Lo normal es comprar el producto ya preparado, y es el de más alta estima el cono­cido por «micuit» (semicocido). Este tipo de foie-gras que se puede consumir directamente en el plato o sobre rebanadas de pan tostado, viene a costar entre 20.000 y 25.000 ptas./kilo según sea trufado o no. Sobresalen en esta actividad nombres como Gregorio Sola, Coll Verd, Branta, Mas Pares, André Bonnaure, Callis, Barberi Pika-mendi, L'Anec, Serramitjana, Polleria Gil, SEMON, Vilaplana, Casa Pepe y Charcutería Tívoli, en Barcelona.


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