La tortura es Fiesta -ADDA Euskadi

ADDAREVISTA 12

Nuestra revista ha venido, hasta el momento, facilitando relaciones, fechas y lugares de la geografía españolas en donde se celebran Fiestas con martirio de animales. También han aparecido en sus páginas, lugares concretos ampliamente detallados. Sólo ha servido para que la tortura se extienda aún más, que hagan de su fiesta un símbolo intocable -porque les resulta rentable- y que pueblos perdidos en el anonimato adquieran popularidad y, con ello, mayor concurrencia. Otras poblaciones sin "fiestas", ya están pensando en ellas.
A excepción de cuando sea estrictamente necesario, esta publicación no facilitará, de ahora en adelante, nombres de los lugares que denuncia. Es por esto que XX significa localidad y XXX provincia. Todos los hechos que a continuación se relatan son absolutamente verídicos y para quienes amamos a los animales nos resulta un gran sacrificio tener que ser tristes espectadores para poder dar fe de estos vandálicos, vergonzosos y embrutecedores espectáculos. A ustedes, lectores, la sola lectura les revolverá de rabia y asco. Pero no se lamenten. Esto está ocurriendo en nuestro querido país. Si de verdad nos sentimos solidarios no hemos de cejar hasta acabar con esta barbarie.

Cuatro miembros de ADDA Euskadi nos desplazamos a XX para conocer los festejos en los que varios toros son torturados. Lo que allí vimos es una muestra -seguro que no la más aberrante-, de la brutalidad de que hacen gala los habitantes de ciertos pueblos durante las fiestas patronales.

¿Queréis ir a XX?. Tened cuidado, que en ese pueblo son muy brutos. ¡Pues no son taurinos ni nada allí!. ¡Más taurinos que nadie!  Esto nos dijo, pocos días antes de marchar, alguien que conocía bien aquello. Pero a pesar de tan acertado comentario, no nos hicimos una cabal idea hasta que llegamos. XXX es un pueblo del Sur de XXX. Tiene una población de unos 1.200 habitantes que viven rodeados de campos donde cultivan cereal, girasol, remolacha, legumbres y unas pocas viñas. Las fiestas patronales duran unas cinco jornadas, en torno a los días 15 y 16 de Agosto, festividades de una virgen y de un santo. Nada más llegar, nos percatamos de dónde nos habíamos metido:

-¿Os habéis fijado en el montón de cosas que hacen aquí con los animales?-  Comentamos entre nosotros mientras mirábamos un cartel con el programa de festejos. Componían el grueso del programa festivo: Carreras de galgos, novilladas, toros del aguardiente, encierro campero, encierro por las calles del pueblo, desenjaules de toros, vaquillas para las peñas y chotos para los niños. No pudimos asistir a todos los actos. Sólo fuimos espectadores de uno de los desenjaules y del encierro campero. Pero contamos además con la experiencia vivida por uno de nosotros (Roberto) del encierro por las calles del pueblo de hace tres años. Este encierro consiste en correr por las calles a dos toros. Los animales son abajados del camión que los ha llevado al pueblo y conducidos hacia la plaza de toros mientras la gente los golpea y martiriza durante varias horas. Nuestro compañero vio como los ojos del toro eran reventados con palos punzantes y se le partía uno de los cuernos, en vivo, a golpes. A veces, según comentarios, el toro ha muerto nada más asomarse del camión, al ser golpeado por un gran pedrusco arrojado desde arriba.

DESENJAULE DE TOROS Y VACAS

Para vivir el ambiente del pueblo en fiestas, llegamos hacia las siete de la tarde. Todo estaba tranquilo. La gente tomaba cañas de cerveza y refrescos en las terrazas de los bares. O paseaba por la calle principal, estirando, los más andarines, el paseo por los campos cercanos. No obstante, el tema de las conversaciones nos llamó la atención:

-¡Vaya revolcón que te dio el toro el año pasado! ¿eh?-

-¿Te acuerdas, en esa esquina la de palos que le dimos?-

-¡Oye!, ¿Me llevo los niños a ver los toros que sacarán esta noche!

Mientras comprábamos unos bocadillos para cenar, al que despachaba, en la barra de un bar, le preguntamos:
-¿Cuándo empieza la verbena?-
-Después de la corrida- nos con¬testó.
-¿Y cómo es esa corrida? ¿Son vaquillas o algo así?- continuamos preguntándole.
-No, no. Son toros: toros con cuernos. La corrida es una corrida tradicional de las de aquí- nos contestó.

Poco a poco el ambiente iba caldeándose. Hacia las diez de la noche, por la calle principal, pasaban cantando los mozalbetes de las diferentes peñas y a las once el bullicio atiborraba la calle que ascendía a la plaza de toros. La gente, embriagada de emoción, provista de palos y bastones, se detenía a mitad del recorrido, en el portal de una de las casas, para hacer cola y adquirir las entradas al precio de 500 pesetas. La plaza era una de esas portátiles. Construida con armazones y planchas metálicas. Minutos antes de las doce, hora a la que debía comenzar el espectáculo, la plaza estaba a tope.

El ambiente de la plaza producía vértigo. Se diría que todo el pueblo estaba allí. Señoras que pasaban con holgura los cuarenta y cinco años, trepaban por los intríngulis de la plaza para buscarse una localidad o eran empujadas, por delante y por detrás, para subirlas al techo de un burladero que, formado por barras de hierro, permitiría a los hombres salir al ruedo y entrar a refugiarse cuando el toro se acercara. Un sistema ya tradicional, por lo cobarde, de buscar protección.
Un tractor arremetió contra el toro, derribándolo. Ya en el suelo, volvió a atropellarlo. Después, la gente y varios tractores con sus remolques se arremolinaron alrededor del animal que, recostado, jadeaba angustiosamente.
Las peñas cantaban, distribuidas aquí y allí por el graderío. En la presidencia, la consabida charanga tocaba pasodobles con trompeta y bajo. Las botellas de cola, con zurracapote, corrían de mano en mano. Y todos, presos de una exaltación difícil de describir, con los ojos brillantes por el alcohol ingerido: antes, durante y tras la cena, ansiaban el comienzo del espectáculo.

-¡Meca... que mal huele aquí!. ¡Te has tirado un pedo, cacho cabrón!.
-¡Ya está ahí ése del video!. ¡Me lo voy a cargar!- decía uno con un garrote mientras otro le sujetaba intentando hacerle comprender que no había nada de malo en que filmara.
-¡Eh! ¿Hay sitio por ahí para dos mujeres gordas?- preguntaba uno desde los callejones de la plaza.
-¡A ver! ¡Hacer sitio "pa" dos vacas!- contestaba otro bromista cercano a nosotros.

Con más de veinte minutos de retraso, salió el primer toro. Era un precioso bicho de color canela que trotó airosamente por el ruedo. Unos jóvenes corrían hacia el toro y lo esquivaban al modo que lo hacen los recortadores. Pero la esencia del espectáculo no era eso, sino: maltratar al animal. Aprovechando cuando estaba de espaldas, los más "valientes" salían de algún lugar de la plaza y le propinaban un soberbio palazo, levantándose una nubecita del polvo que tenía el toro en el pelo del lomo o las nalgas.
-¡Las vacas del pueblo ya se han escapao, riau, riau!- tocaban los músicos y cantaba el público mientras el toro corría, siguiendo la barrera y recibiendo los bastonazos y patadas de los que allí estaban a salvo de los cuernos.

Un niño de unos seis años seguía la música pateando y haciendo retumbar la madera de la grada donde estábamos sentados. A la vez, recibía las amonestaciones de un señor con muletas porque las vibraciones le hacían daño en su pie vendado. No sabemos como se las había arreglado este hombre para subir allí sin lastimar su delicado pie, ni tampoco si reparó en que él no era el único ser que sufría en aquel espectáculo.

Cuando alguno de los que saltaban al ruedo corría apuradamente hacia la barrera, los chillidos de las mujeres ponían el contrapunto a las risotadas y aplausos que estallaban cuando alguien acertaba a clavar una banderilla, a lo bestia, en cualquier parte del toro y ése se resolvía, coceando e intentando arrancársela con la cabeza.
El brío inicial le duró poco a aquel toro. Apenas habían pasado siete minutos cuando ya daba señales de agotamiento. Para "animar" al toro, el público le arrojaba palos, maderas, botellas, petardos, cigarros encendidos,... Hasta una palangana de plástico que el animal corneaba estúpidamente. También le tiraron piedras, cuyo tamaño iba desde el de una chinita al de pedruscos que malamente podían ser arrojados más allá de tres metros. Alguien entre el público estaba empeñado en acertar con estos pedruscos en plena testuz del toro y cada vez que lo conseguía, un ruido sordo, sonando a hueco, se oía en la plaza, mientras que él toro quedaba aturdido y la sangre manaba por su morro al poco rato.
Desde aquel burladero formado por barras de hierro era mucho más fácil apalear al toro. Además, cuando ya estaba suficientemente cansado, alguien podía agarrarlo por el rabo, prolongando así ese extraordinario goce de poder propinar varios bastonazos seguidos bien a gusto. También entonces tenía su oportunidad un viejo que, subido en la plataforma del techo del burladero, tenía el capricho de pinchar al toro con un bastón provisto de una larga punta de acero en su extremo.

-¡Hay que pegarles una buena paliza porque si no, la carne está muy dura para comerla asada!- nos decía uno.
A la media hora sonaron unos clarines. Una puerta se abrió en los toriles y salió un cabestro, que también recibió lo suyo. Tras varios intentos y a pesar de quienes querían alargar la diversión asustándolos para evitar que entraran, toro y cabestro se metieron al chiquero. Después salió una vaca. Negra, menuda y vivaracha, corrió parecida suerte. Ella, más espabilada, se retiró pronto a los toriles, acompañada por el mismo cabestro de antes, que volvió a recibir otra buena tunda de palos. No sucedió igual con el toro siguiente, negro y grandote, tuerto y con una hernia que le abultaba junto al pene. Era muy apacible y panoli y no supo encontrar pronto la puerta del chiquero, así que su martirio duró casi una hora. Sólo en una ocasión dio regocijo a la plaza este toro aburrido. Fue cuando le clavaron una banderilla en el muslo y comenzó a dar brincos, coces y cabezadas hacia atrás.
Para desesperación del cabestro, que salía del ruedo repetidamente en su busca, aquel toro no se retiraba al chiquero. En consecuencia, el manso seguía recibiendo golpes y hacía ya algún tiempo que sangraba.

-¡A este hay que molerlo a palos!- gritaban los energúmenos.
Como si barruntara lo que sucedía en el ruedo, hubo veces que el cabestro se negó a salir del toril para llevarse a aquél toro tontorrón. Llegó incluso, presa de pánico, a intentar saltar la barrera. Por fin el toro entró al chiquero. Pero el espectáculo no había acabado. Volvió a aparecer el primer toro, el de color canela, con las mismas banderillas que se había llevado puestas cuando entró al toril.
Ya eran las dos y media de la madrugada cuando salimos de la plaza. El pueblo estaba vacío; todos estaban en los toros. La orquesta para la verbena estaba allí, sola, montada en el escenario, esperando a la gente.

EL ENCIERRO CAMPERO

-Mañana es lo bonito- nos había dicho uno durante el desenjaule de aquella noche.
A las diez de la mañana estábamos en el coche, siguiendo tractores, todoterrenos, boogie-boogies, motos y otros vehículos por pistas polvorientas y resecas, dirigiéndonos entre los campos al encuentro del encierro. El "tradicional encierro campero" ("tradicional" a pesar de venirse celebrando desde hace sólo dos años) consistía en llevar dos toros y unos cabestros a través del campo hasta el pueblo "si aguantan", a lo largo de un recorrido de unos tres kilómetros.
No tardamos en toparnos con la comitiva formada por los mansos, toros y jinetes armados con picas. Numerosos tractores arrastraban remolques cargados de gente que vociferaba:
-!Ya vienen, ya vienen!. ¡Corre, súbete al remolque, deprisa!-

En efecto, al poco apareció un soberbio toro que al intentar pasar saltando la barra que unía un tractor con su remolque, se tropezó golpeándose las patas y a punto estuvo de caer al suelo. Instantes después, ese mismo toro propinó un tremendo testarazo al remolque que segundos antes habíamos trepado. La gente se movía de un lado a otro del remolque, chillando de pánico, y a punto estuvo de empujarnos y tirarnos afuera.
Los dos toros se separaron. Nosotros seguimos a uno. Aturdido por el gentío que le gritaba o le tiraba piedras, palos o terrones, desesperado por los constantes aguijonazos de los caballistas, no tardó en quedarse quieto, en medio de un viñedo y luego entre el verdor de un remolachal, con cara de despistado, jadeando y mirando alrededor como preguntándose: ¿dónde estará esa encina a cuya sombra suelo descansar?Para sacarlo de la apatía, la gente se acercaba al toro -no demasiado- y le arrojaba lo que tenía más a mano.-¡Ese toro no sirve!. ¿Hay que "empedregarlo"!

-Pero en cuanto el toro volvía la cabeza o daba indicios de ponerse en marcha, las carreras de la gente en busca del remolque más próximo eran espectaculares. Si esto ni las picas de los jinetes conseguían sacarlo de la finca y encaminarlo hacia el pueblo. Un tractor con unos cuantos armados de picas, lo lograban y encantes toda la comitiva de coches y remolques tirados por tractores, con su carga pachanguera, se ponía en movimiento tras los pasos del toro. Mientras, la Guardia Civil cuidaba de que en la carretera próxima la aglomeración de vehículos y gente no produjera ningún accidente. Así estuvimos siguiendo a aquel toro durante tres horas. Le damos de plazo hasta la una -habíamos oído comentar. Si no va para entonces al pueblo, lo matamos ahí mismo- .Y así fue. 

Cerca de la una y media, un tractor arremetió contra el toro, derribándolo. Ya en el suelo, el tractor volvió a atropellado unas veces más, Después, la gente y varios tractores con sus remolques se arremolinaron alrededor del toro que, recostado, jadeaba angustiosamente. A pesar de tener la pata derecha de delante, intentó levantarse dos veces, provocando la estampida general, y dos veces volvió a caer al suelo.Alguien ató una gruesa cadena en torno a los cuernos mientras llegaba un bulldozer. Tumbaron al toro y el bulldozer intentó dos o tres veces meter su cuchara bajo el costado del toro, aplastándolo. Al fin, la cuchara se izó con el toro dentro de ella, panza arriba, mientras maniataban sus patas. El animal agonizaba, respiraba malamente y sus ojos se entornaban mostrando su globo ocular blanco, surcado por unas venas hinchadas. ¡Fotos no!. ¡Fuera el de la cámara. Un empujón sacó del corro de gente al que, de nosotros, tomaba fotografías. Mientras, nos preguntaban si éramos de algún periódico. Luego pueden denunciarnos por maltratos a los animales.

Seguimos al bulldozer con el toro hasta el pueblo, donde fue paseado. Ya para encantes, había muerto.-¡A esto no hay derecho!. ¡Se llevan el toro lejos del pueblo y así sólo se divierten los que van a caballo o en los remolques!-comentaba uno en un corrillo con los viejos del pueblo. Y otro añadía: -Esto no es lo tradicional!. Lo tradicional es correrlo por las calles del pueblo para que todo podamos pegar al toro y pasarlo bien. Además, hay que traer toros viejos y no estos, que son bravos y fuertes y la gente les tiene miedo. Hay que cuidar estas cosas, porque aquí sin toros no hay fiestas y esto es lo más grande del mundo-. Poco después abandonamos XX. A lo lejos, en las laderas de un cerro, una polvareda indicaba donde estaban acosando a otro toro.


Relación de contenidos por tema: Fiestas populares crueles


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