La cara oculta de las pieles - Carmen Méndez

ADDAREVISTA 3

Las señoras que proyecten la compra de un abrigo de piel, antes de decidirse, contrastarán precios, calidades y acabados, que deberán amoldar a su mayor o menor poder adquisitivo, asociando su futura propiedad como signo externo de lujo y elegancia, aunque, probablemente, será exhibido en contadas ocasiones. Desearán el más caro, el más suave, el más exótico... ¿piel salvaje o de granja? Si escogen la segunda puede que hasta sonrían satisfechas al tropezar con una etiqueta que, hábilmente, las persuade de que están eligiendo una piel «ecológica» —falso tranquilizante para camuflarse en la corriente de las nuevas conciencias—, dejándose seducir por esa nueva presentación «light». Pero... ¿saben lo que se oculta detrás de esos abrigos de piel? Sea cual sea su elección habrán decidido por el sufrimiento y la condena de ocho a doscientos animales. Mientras acaricien el capricho de su nueva compra muchas cosas están sucediendo en la vida de sus legítimos propietarios. El destino de muchos seres está siendo brutalmente transformado para satisfacer su deseo; su frivola vanidad habrá apostado por el dolor ajeno. Para estos animales clasificados como «pieles finas» el haber nacido con un precioso manto, necesario para su existencia, representa su triste condena.
Conozcamos el precio oculto de la piel:

PIEL SALVAJE

La piel salvaje corresponde a los animales que son cazados mientras transcurre su vida en libertad, defendiendo su territorio y sus crías; alimentándose, jugueteando y corriendo pletóricos de vida hasta que un día atraídos por un olor, o señuelo, tocarán algo diferente que les producirá un dolor seco, agudo... su pata atrapada no puede soltarse, su instinto le advierte del peligro que le atenaza y de la necesidad de intentarlo todo: empieza su lucha para poder escapar. Enloquecido de miedo y dolor muerde el cepo una y otra vez, su angustia va en aumento... pasan horas mordiendo el hierro inútilmente, mientras sus dientes van saltando y desgastándose hasta dejar su mandíbula desnuda. El dolor no cede, la trampa tampoco; tiene que escapar pero ¿cómo? Sólo puede seguir royendo, quizás tendrá crías aguardando... así transcurrirán horas, tal vez días, hasta que el trampero acuda a revisar su trampa retenedora y le aseste el golpe final o le asfixie con sus pies.

Porque la piel ha de quedar perfecta aunque su cuerpo haya sido horriblemente maltratado. Si la pata queda insensibilizada por la presión del hierro, sacudirá y morderá sobre ella hasta lograr amputársela; habrá conseguido huir pero probablemente morirá de gangrena. De cualquier modo le han condenado, algún día acariciarán su piel sin saber ni pensar en su cruel sufrimiento. Descansará en el armario de las vanidades.

Trasladamos nuestro relato a los corredizos de esas granjas de pieles denominadas «ecológicas», donde se reproducen masivamente animales salvajes para el uso exclusivo de su piel.

PIELES DE GRANJA

Centraremos la descripción en los hábitos de dos de ellos: el visón y el zorro. Las dos especies necesitan grandes espacios para moverse y desenvolverse: de temperamento nervioso e inquietos pasan gran parte de su tiempo en continuo desplazamiento y exploración. Su dentadura y aparato digestivo están configurados para una alimentación carnívora. El visón es un animal subacuático y permanece largo tiempo en el agua de donde obtiene parte de su alimento; son solitarios hasta que llega la época de su apareamiento. Ambos tienen muy desarrollados sus sentidos ópticos, táctiles, olfativos y acústicos. Los zorros machos raramente viven en grupo. A pesar que lleven generaciones reproduciéndose en cautividad mantienen sus características primitivas y una memoria genética predispuesta a su genuina vida salvaje. Con rasgos tan fuertemente arraigados de conducta, la forma de vida que le es obligada a soportar en las granjas de cría intensiva. Durante su cautividad, sufren un constante suplicio antinatural.

Sus grandes espacios territoriales en libertad —hasta diez hectáreas— quedan reducidos a la mínimas dimensiones de 37x41x89 centímetros que variarán escasamente según las granjas. Su comportamiento nervioso e instinto, escasamente queda limitado a un angustioso y reiterativo ir y venir entre las redu¬cidas paredes del habitáculo. La normal independencia e individualidad queda sistemáticamente violada al tener que compartir tan diminuto espacio con otros congéneres, aumentando su ansiedad hasta desembocar en agresividad por el obligado contacto corporal que han de soportar sin otra posibilidad de guarecerse. La necesidad de correr, saltar o trotar, queda frustrada y limitada a los sueños de su memoria. El descanso y recogimiento en sus madrigueras, —cuando viven en libertad— les es imposible por los constantes y propios movimientos que se producen en sus jaulas.

El suelo de estos habitáculos artificiales esta enrejado, para dejar pasar los excrementos a la plataforma inferior; sus pezuñas morfológicamente inadaptadas para enrejados metálicos, les transmiten sensación de inseguridad, ocasionándoles continuas lesiones e inflamaciones. Los fuertes olores de sus excrementos y orina por la proximidad del depósito, constituyen una tortura para su sensible olfato. Sus agudos sentidos táctiles y auditivos sólo pueden percibir el recíproco, y promiscuo, sonido y tacto de ellos mismos. Su dentadura y conducto digestivo, quedan inhabilitados para una normal función: la alimentación que reciben consiste en una calculada papilla compuesta de diferentes componentes, provocándoles frecuentes diarreas y alteraciones digestivas. Tampoco pueden resguardarse del frío o el calor, quedando expuestos a las inclemencias, para conveniencia de la calidad del pelaje. A ello hay que añadir que en países muy fríos a fin de evitar que se les hiele el agua en los depósitos y conducciones se les adiciona anticongelantes similares a los de los vehículos a motor.

Estas tremendas condiciones de vida producen graves alteraciones en su comportamiento, reflejado en un permanente estado de apatía o «stress» y conductas desorientadas como: roer y masticar en las barras de la jaula, ataques a sus congéneres, canibalismo, etc, etc. El sistema de crianza y mantenimiento ha sido fríamente proyectado —como todo lo relativo a la crianza intensiva de animales— para que estas fábricas, o campos de concentración, resulten rentables a sus propietarios, ignorando la escasa capacidad de adaptación y el sufrimiento que representa para sus condenados moradores.

A tan atormentada vida hay que añadir los métodos, no menos crueles, que se emplean para su sacrificio. La rutina, el número de animales, la falta de experiencia y/o habilidad de los empleados que la realizan hacen que, frecuentemente, ésta, se convierta en una chapucera brutalidad. Las descargas eléctricas que se les practican —como uno de los sistemas— a través de la boca o el ano, pueden oscilar entre los 12 y 200 voltios. El sacrificio por asfixiantes gases letales, como el dióxido o monóxido de carbono, les hace sufrir durante minutos una horrible agonía. Los venenos o drogas si no están correctamente dosificados y administrados no garantizan que los animales queden muertos antes de que les sea arrancada la piel.

La demanda de pieles finas son el detonante que desencadena el recorrido del sufrimiento, que acabamos de narrar, para complacer una supuesta elegancia sustentada sobre crueles cimientos, que no duda en fagocitar víctimas inocentes. Sin embargo la denuncia, la documentación y el conocimiento sobre el lado oculto de la piel ha movilizado a millares de personas en todo el mundo a rechazar su adquisición. Una nueva ética y conducta solidaria con las demás especies, está transformando la frívola vanidad en una nueva y elegante humanidad.

TRAMPAS MAS FRECUENTES EN LA CAZA DE ANIMALES SALVAJES:

  • Trampa LEGHOLD. También llamada de «retención» o «presa de pata». Cuando el animal pisa esta trampa se disparan dos piezas que sujetarán fuertemente una de sus patas de forma dolorosa produciéndole una herida. Los muelles impiden que el animal pueda escapar aunque en su miedo y ansiedad trata de desengancharse de la forma que sea. Los animales cogidos con este sistema son encontrados, a menudo, con que han perdido parte de su dentadura al roer y morder desesperadamente el metal de la trampa. También es frecuente que ellos empujen, tuerzan y muevan su pata durante tanto tiempo que logran amputársela, o que por insensibilización, debido a la presión de la misma se la muerdan hasta cortarla, escapando con tres patas gravemente heridos. Está considerado como un método muy cruel de caza, estando prohibida en cerca de 60 países, sin embargo en Estados Unidos aproximadamente el 90 por ciento de los animales son cazados con las trampas Leghold, y en Canadá cerca del 43. Se usa principalmente para cazar lobos, linces, coyotes y zorros, pero es también muy frecuente encontrar en ellas otras especies atrapadas.
  • Trampa CONNIBEAR. Está diseñada para matar al animal que cae en ella mediante un fuerte golpe en el cuello por uno o dos potentes muelles, sin embargo, en la práctica raramente el animal queda sujeto de la manera para la cual ha sido calculada, produciéndole una lenta agonía. Se usa corrientemente para cazar animales subacuáticos como visones, nutrias, etc, en cuyo caso la trampa está sumergida dentro del agua. Si no muere instantáneamente morirá ahogado lentamente.
  • El SNARE. Consiste en un lazo de nylon o metal con un nudo corredizo sujetado por una cuerda o alambre que es empujado cuando el animal ha metido la cabeza en él muriendo lentamente por estrangulación o asfixia. Si el lazo queda sujeto por una parte más inferior del cuerpo la agonía aún puede ser más larga. Heridas y fuertes dolores son producidos si el lazo está alrededor de alguna de sus patas. El Snare se utiliza entre otros, para cazar felinos, linces y gatos salvajes, aunque zorros y coyotes también caen en ella. Estas trampas son la causa directa de que millones de animales sean cazados por «accidente», matados o, simplemente, heridos. Perros, gatos, corderos, pájaros, etc caen cada año en las trampas y lazos preparados para cazar animales de pieles finas. Las heridas en pájaros acostumbran a ser tan serias que su posibilidad de supervivencia es muy pequeña. Las especies que no estaba previsto que cayeran en las trampas, son desechadas como basura. De uno a cuatro animales son considerados como desecho por cada animal cazado por su piel. Es fácil calcular que, para un abrigo de 40 animales, por ejemplo, repercuta en que además, otros 160 hayan sido muertos «accidentalmente»; estos métodos arbitrarios de caza representan también una grave amenaza para las especies en peligro de extinción.
  • JAULAS DE RETENCIÓN. Consisten en jaulas de alambre dentro de las cuales quedan encerrados los animales que, atraídos por el cebo, penetran en ella. Al no ser «rentables» se usan principalmente con el fin de capturar animales vivos para reproducirlos en cautividad, mediante selección, investigación y reproducción de crías.
  • LA MUERTE. Cuando un animal no muere inmediatamente y no puede escapar de su trampa, debe inevitablemente, esperar la llegada de su ejecutor. Los métodos empleados para tal fin —recomendados por algún manual— varían entre: romper el cuello o la espalda. Golpearlos en la cabeza y/o nariz con un palo, martillo o pala. Asfixiándolos con el pie en el lugar del corazón. Por ahogamiento. Por disparo de rifle calibre 22. Todos estos sistemas se emplean con la finalidad de «no dañar la piel».

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